lunes, 5 de noviembre de 2012

Eran tres.



Estaban las tres sentadas en el espigón del lago tan salado y brillante, tan cercano. No se miraban, no hacia falta. Dos de ellas se conocían de la infancia. Medio familia pero sobre todo amigas caminaban la misma senda acompañadas. La tercera se fue agregando de a poquito. Con calma y con cautela, no desconfiada. Miraban a lo lejos y la luz del lago se reflejaba. Que día magnífico el invierno les regalaba. Solcito que acariciaba el alma. Tenían planes, los estaban gestando de a poco. De repente una hablo demasiado. Se quedo afónica de tanto. Las ideas avanzaban como cataratas, fluían rápidas, veloces, raudas. Que alegría y que emoción. Era el principio de algo. Ellas hacían planes. Planes que exorcizaban. Parecían niñas dándole a la labia y diciendo lo que sentían porque de eso se trataba. Hacían planes de vida, de vida linda, alegre, ajetreada. Pero hablaban de sentimientos que solo el corazón guardaba. Que lindas las tres no se podían ver las caras pero se adivinaban. Se comprendían al toque a pesar de los delirios que rodaban. Y al final fueron desovillando el hilo y la madeja quedó en calma con la certeza  del convenio secreto de que los planes avanzaban.

Se levantaron lentamente, despacio,  sin tropiezos por llegar a ningún lado. Seguían charlando. Subieron al auto. Fueron lentamente, conduciendo por las calles desoladas, en verdad paseando. Y entonces llegaron. Se dieron un beso, se abrazaron.  Una se fue primero  con la pena en el cuerpo de no poder registrar un momento tan osado. Porque los planes eran serios, no había engaños.  Las otras dos permanecieron aún unos minutos demorando el gustito de lo revelado.  Que planes Señor mio. Que arrojados. Pero se miraron por primera vez a los ojo y no tuvieron miedo. Seguirían adelante con aquel propósito. Porque hablaban de sentimientos, de afectos, de dolores, de miedos, de pasado y de futuro. Porque hablarían del alma.

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